CAMINANDO, AL VIAJERO LE BROTAN DE SUBITO ALAS EN EL ALMA Y DESCONOCIDOS MUNDOS EN EL MIRAR

lunes, 16 de agosto de 2021

ALCORNOCAL DE FONCASTÍN

El carismático y pequeño pueblo vallisoletano de Foncastín constituye el inicio del sendero PRC-VA 36 que retrata el paisaje y entornos pinariegos de la tranquila y sosegada Vega del Zapardiel. Es día 8 de mayo de 2021, comenzamos.

Desde los bellos soportales de la Plaza Mayor de FONCASTÍN emprendemos el itinerario 
por esta aldea construida por el Instituto Nacional de Colonización con tintes sureños
y perspectivas geométricas que se pierden entre la blancura de sus calles y viviendas.
También en su Plaza Mayor luce con armoniosa sencillez la Iglesia Parroquial de San Pedro
cuya espadaña nos orienta y nos tutela por la Calle de San Pedro hasta la Calle Rueda
donde se expone un pequeño museo de maquinaria agrícola en desuso y caída en el olvido,
a juego con el viejo y ancestral potro usado para herrar a las diferentes caballerías.
El arco de la Plaza de la Constitución nos conduce y nos encauza hacia el oportunismo 
de las bellas imágenes que salpican y destacan en sus agradables rincones y recovecos
para experimentar los profundos sentimientos recogidos y plasmados en un largo mural
por los habitantes de la localidad leonesa de Oliegos que fueron arrancados de sus tierras por la construcción del Pantano de Villameca.
La senda azul coincide con el itinerario oficial del ALCORNOCAL DE FONCASTÍN aunque nos hemos permitido un recorrido verde complementario por las riberas del río Zapardiel.
Buscamos la Calle Vega que baja en busca de las tranquilas márgenes del río
donde se asoman las rectilíneas y maravillosas ópticas de las tierras de labor
que se asientan sobre la tersa y exquisita vaguada de cereales y viñedos que crecen en la zona.
Cruzamos por un pontón el escenario cálido que nos propone este apacible Zapardiel
que baja sereno y moderado en busca del encuentro final ante el río Duero unos kms mas adelante.
La deliciosa primavera nos inunda los campos con los colores de las amapolas 
y nos acercan hasta la torre en ruinas del vetusto y viejo castillo de Foncastín,
construido en el siglo XV por Álvaro de Lugo, regidor de Medina del Campo en 1465
y en la que sus muros cilíndricos de ladrillo sirven en la actualidad como refugio de solitarias aves.
Toscas y adustas bellezas se mezclan en este valle perdido y tremendamente olvidado,
cuyo camino despunta entre un agradable paseo sin apenas desniveles y pendientes
y con la mirada puesta en las trepidantes ondulaciones que atenúan esta excelente campiña cerealista.
Una pequeña caseta de adobe se intercala en una pequeña masa forestal
y el camino nos propone conversar y dialogar con los pinos sobre nuestras cabezas,
para mas adelante volver a aspirar los profundos aromas del campo.
Renacidas y ordenadas choperas van protegiendo y custodiando
un oculto y disimulado río Zapardiel, dénsamente poblado de eneas, carrizos y espadañas,
que vuelve a surgir bajo el hermoso y espléndido Puente de Reguilón.
Sus longevas piedras conocieron intensos avatares históricos y constituyeron el peaje y 
portazgo que había que pagar y satisfacer para poder entrar en las Tierras de Medina.
Regresamos hacia Foncastín a favor de corriente y junto a las aguas de este juguetón río
para seguir disfrutando de la visión del valle, sus pequeñas cuestas y oteros
y su esplendorosa y magnífica vega que se encandila con los delicados rayos solares.
Aparecen restos y ruinas de alguna vieja ermita u oratorio que escucha desde su posición
el relajante oleaje de este soberbio y fascinante océano cerealista,
iniciando el recorrido de la senda azul que coincide con la ruta del PRC-VA 36.
Continuamos junto al río por su margen derecha, observando las cuevas en los cerros y altozanos,
abandonando la ribera del Zapardiel para subir por un desvío a la derecha y abordar los primeros contornos del alcornocal.
Seguimos las indicaciones del sendero que nos trasladan hasta el Refugio de Cazadores, un balcón para admirar unas amplias panorámicas del valle y la vega.
Penetramos por el interior y las profundidades de un bosque mixto de pinos, encinas y quejigos
y ahondamos en los detalles y pormenores de esta exquisita mancha forestal.
Desde el pinar seguimos vigilando y escrutando los hermosos alrededores,
desviándonos entre las tonalidades y la gama de colores de estas florecillas que crecen
junto a los prados y dehesas de Valdegalindo en donde se cría y se alimenta una numerosa cabaña ganadera.
El atractivo Pinar de Valdegalindo nos ilustra con espléndidas y soleadas imágenes
y conforma un poderoso pulmón verde para la cercana localidad de Tordesillas.
El Camino del Pozuelo nos inserta entre los hermosos colores de una variada naturaleza
poblada de brillantes amapolas y velados juncales que sobresalen en las acequias y regatos
en una maravillosa atmósfera henchida y saturada por una fresca neblina matinal.
Las siluetas de Torrecilla de la Abadesa, Villavieja del Cerro y Tordesilllas se reflejan en las últimas tecnologías solares
y atrapan entre sus fauces alguno de los iconos mas representativos del alcornocal.
La agradable caminata sigue rodeando esta gran masa de pinos piñoneros
cuyos suelos se adornan con un ameno y perfecto pavimento de florecillas,
continuando nuestra ruta senderista por sus hermosas veredas y cañadas perimetrales.
Seguimos recorriendo las sombras del bosque para escuchar sus ruidos y suspiros,
admirando las delicadas y sensibles ondulaciones que moldean este elegante territorio
y sintiendo como tirita, tiembla y se estremece esta lozana inmensidad cerealista. 
En el corazón del alcornocal aparecen los restos de los cimientos de la antigüa serrería de Valdegalindo que funcionaba con suministro eléctrico de Tordesillas, sacando costeros y tablones con los pinos que se cortaban en el monte.
Empezamos a apreciar un gran número de desnudos y despojados alcornoques
en la que su gruesa corteza se convertirá en corchos para preservar las añadas de los caldos de la cercana Denominación de Rueda.
Algunos, con su gran porte vetusto, nos hacen sentirnos insignificantes y sus brazos abarcan 
y se entremezclan en este magistral bosque mestizo de encinas y pinos en el que 
cada dos años cría unas bellotas muy nutritivas y sus troncos vináceos se descorchan cada diez.
Con gratas sensaciones abandonamos este rincón escondido y lleno de magia
para salir a los claros luminosos que nos proporcionarán placenteras sorpresas.
Una brisa dulce y exquisita nos acompaña por los extrarradios del alcornocal,
mientras vamos descubriendo que no hay rincón del campo que no encierre algo entretenido.
Los postes y balizas se empeñan en que no descuidemos este radiante itinerario,
despidiéndonos de esta maravillosa y extraordinaria obra de la naturaleza en las entrañas de la provincia vallisoletana.
El camino hasta Foncastín se dibuja con recios y robustos paisajes castellanos
en los que prosperan extensas e interminables superficies de trigos y cebadas,
combinándose con los aromas y fragancias de las viejas cepas y viñedos
que darán a luz los vinos y caldos de la Denominación de Origen Rueda
cuyos trabajos en las viñas se han mecanizado y modernizado últimamente.
Recuperamos el paso intentando la tarea de poner palabras al paisaje
y vamos abandonando estos páramos solitarios que atisban y escudriñan 
los acicalados y acogedores trazos y rasgos de Foncastín en la lejanía. 
Entramos a su conjunto urbano por la encalada y enlucida Calle de Tordesillas
mientras suenan las campanas de Oliegos en la Iglesia de San Pedro, alcanzando sus 
repiques la Fuente de la Plaza Mayor con estatua homenaje a las mujeres de Oliegos
y en memoria de aquellas gentes y recuerdos que siguen evocando el paisaje bello, solitario y melancólico que dejaron atrás.
Saludos de COMANDO SENDERISTA a tod@s caminantes. Todas las fotos en: ALCORNOCAL DE FONCASTÍN

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